Todo lo que ganaba, lo gastaba en cigarrillos y caña. Cuando conocí a Jesucristo y entendí el plan de salvación, lloré como un niño; fui al arroyo y tiré la cajetilla de cigarrillos y la botellita de caña. Ahora soy libre, me siento muy feliz, vivo sonriente y no me falta nada. Agradezco a las personas que me ayudan a salir adelante.